Cuentos y leyendas acerca de agua
03 agosto 2007Historias para niños y adultos
En Canadá, en la frontera de Quebec y Ontario, un gran lago de 280 km2 corta el río Ottawa: el lago Temiscamingue. Sus orígenes se confunden con los del escudo canadiense, una inmensa y venerable masa rocosa compuesta por las piedras más antiguas del mundo. El escudo, erosionado y desgastado por las glaciaciones sucesivas, está casi desprovisto de tierras muebles y cultivables. El lecho del río se sitúa en una de sus fallas, de 150 metros de longitud.
Hace 25.000 años, los hombres llegaron a esta región poco propicia a la agricultura. Como eran nómadas, tenían que cazar para aprovisionarse en alimentos y cambiar regularmente de territorio para no agotar los recursos naturales. Los víveres eran muy escasos, por lo que tenían que desplazarse frecuentemente, sin olvidar las nuevas bocas a alimentar que podían comprometer la supervivencia del grupo. Los peligros constantes no bastaban para limitar la población y los nacimientos tenían consecuencias tan dramáticas que el infanticidio era a veces la única solución. Los niños eran abandonados en los bosques o eran ahogados.
Un día, varios hechiceros se reunieron, curiosos y preocupados por las reacciones del mundo de los espíritus frente a estos crímenes. Los hechiceros entraron en trance y descubrieron que en el fondo del lago Temiscamingue dormía una antigua criatura. Sin conocerla, la llamaron “Espíritu del lago”. El espíritu les recordaba a Nuliajuk, una niña huérfana esquimal arrojada al agua desde un kayak por los otros niños. La niña se ahogó y se transformó en un espíritu en el fondo de las aguas. Nuliajuk tenía poderes sobre los hombres y los animales. Los hechiceros supusieron igualmente que el espíritu podía ser su compañero, Ungak, “el niño que llora”. Según sus creencias, Ungak pudo haber caído prisionero del lago Temiscamingue después de una fuerte crecida.
Los chamanes no lograron identificar a la criatura, cuyo sueño agitado influía en el comportamiento de los Algonquinos despertando malos sentimientos. Los hechiceros se reunieron en secreto para evaluar la posibilidad de que la criatura se despertara algún día. De sus descubrimientos se sabe muy poco. A lo sumo, sabemos que el espíritu había sido arrojado al lago por un sortilegio tan potente que sólo podrían deshacer los hechiceros más experimentados. Por prudencia, los hechiceros decidieron que los hombres debían seguir temiendo al “monstruo” y les aconsejaron respetar su sueño.
– Debe usted estar muy satisfecho, porque se las arregló para cubrir toda la tierra de verde; ¿pero qué pasaría si arranco toda la hierba, todos los árboles y los arbustos? No quedará nada verde. ¿Qué haría usted en ese caso?
El Dios de la Lluvia le contestó:
– Si dejara de enviar la lluvia, no crecerían más plantas y no tendrías nada para comer. ¿Qué sucedería entonces?
Pero el elefante quería desafiarlo y comenzó a arrancar todos los árboles, los arbustos y la hierba con su trompa, para destruir todo lo verde de la tierra.
Así pues, el Dios de la Lluvia, ofendido, hizo que cesara la lluvia y los desiertos se extendieron por todas partes.
El elefante se moría de sed; intentó cavar por donde pasaban los ríos, pero no pudo encontrar una gota de agua.
Al final alabó al Dios de la Lluvia:
– Señor, me he portado mal. Fui arrogante y me arrepiento. Por favor, olvídelo y deje que vuelva la lluvia.
Pero el Dios de la Lluvia continuaba en silencio.
Pasaban los días y cada día era más seco que el anterior.
El elefante envió al gallo en su lugar para que alabara al Dios de la Lluvia.
El gallo lo buscó por todas partes, al final lo encontró escondido en una nube. Le dijo quién era y lo alabó por la lluvia con tanta elocuencia que el Dios de la Lluvia decidió enviar un poco de lluvia.
La lluvia cayó tal como el Dios de la Lluvia le había prometido al gallo y se formó un pequeño charco cerca de donde vivía el elefante.
Ese día, el elefante fue al bosque a comer y dejó a la tortuga encargada de proteger el charco con estas palabras:
– Tortuga, si alguien viene aquí a beber, les dirás que éste es mi charco personal y que nadie puede beber de aquí.
Cuando el elefante se fue, muchos animales sedientos vinieron al charco, pero la tortuga no les dejó beber diciendo:
– Este Agua pertenece a su majestad el elefante; no pueden beberla.
Pero cuando llegó el león, no le impresionaron las palabras de la tortuga. La miró, le dijo que se fuera y bebió agua hasta calmar su sed. Se fue sin decir palabra.
Cuando el elefante volvió quedaba muy poca agua en el charco. La tortuga intentó defenderse:
– Señor, soy apenas un animalito y los otros animales no me respetan. Vino el león, y yo me aparté. ¿Qué podía hacer? Después de eso, todos los animales bebieron libremente.
El elefante, furioso, levantó la pata sobre la tortuga con la intención de aplastarla. Afortunadamente, la tortuga es muy fuerte y pudo arreglárselas para sobrevivir. Pero desde entonces la tortuga tiene su parte inferior plana.
De pronto todos los animales oyeron la voz del Dios de la Lluvia que les decía:
– No hagan como el elefante. No desafíen a los más fuertes, no destruyan lo que puedan necesitar en el futuro, no pidan a los débiles que defiendan su propiedad y no castiguen al criado inocente. Pero, sobre todo, no sean arrogantes y no intenten apropiarse de todo; permitan que los necesitados compartan su fortuna.
La gente empezó a seguir a los elefantes, pues estos animales normalmente saben dónde buscar agua en épocas de sequía, y a cavar por todas partes. Cavaron en el lugar donde habían estado los ríos y los lagos, pero lo único que encontraron fue arena.
Entonces, el gran jefe Rasenke decidió que había que buscar agua en otra región y envió a su hombre de confianza, Mapopo, con una caravana de bueyes en la que llevaba grandes calabazas secas y otras cosas para transportar agua, alimentos para el viaje, trigo y objetos valiosos que podría cambiar por agua, si tenía la suerte de encontrarla.
Mapopo viajó durante mucho tiempo. Un día, llegó a una montaña muy alta y desde la cima pudo ver que del otro lado bajaba un pequeño río. Corrió montaña abajo y no paró hasta llegar al río. Pero cuando estaba a punto de beber su agua, una mano invisible paró su cabeza.
Como no podía creerlo, ordenó a todos sus hombres que llenaran las calabazas. Pero al intentarlo, no pudieron conseguir ni una gota de agua. Mapopo, desesperado, llamó al Dios del Agua.
-¿Señor, por qué no nos deja beber?
– Mapopo, dijo el Dios Agua, tienes que volver con la hija de tu jefe, la princesa Motsesa. Quiero que sea mi novia, entonces podrás beber todo el agua que desees. Pero si ella se niega, todo el mundo morirá de sed en pocos días.
– Señor, contestó Mapopo, llevaré el mensaje a mi jefe; pero por favor, déjenos beber si no, el mensaje nunca llegará a su destino, porque moriremos de sed antes de poder regresar a la aldea. No puedo hablar por mi jefe; Sólo soy su criado.
El Dios Bulane entendió su preocupación, así que Mapopo y todos sus hombres pudieron beber agua y llenar las calabazas para todo el viaje de vuelta a casa. El Dios Agua estaba de acuerdo con que su prometida esposa no podía pasar sed.
El Jefe Rasenke no estaba feliz de ofrecer su hija Motsesa al Dios Agua, aunque era evidente que no quedaba otra solución. La muchacha se fue con una caravana llena de regalos para Bulane.
La caravana llegó al valle; los mensajeros dejaron los regalos allí, se despidieron de Motsesa y regresaron tristes a la aldea.
Entonces Motsesa permaneció sola en medio de esas grandes montañas, hasta que la oscuridad invadió el valle. Estaba asustada, miró a su alrededor para encontrar un buen lugar para dormir, pero no encontró ni refugio ni un ser vivo. No sabía qué hacer. El cielo oscurecía cada vez más y cuando ya no se podía ver la cima de las montañas, tuvo más miedo. Entonces gritó:
– ¡No sé dónde dormir!
– Duerme justo aquí – contestó una voz.
– ¿Aquí? preguntó la muchacha.
– Justo aquí – contestó la misteriosa voz.
Allí no había nadie. La princesa, que tenía miedo de los animales salvajes, del frío e incluso de la voz que le hablaba, permaneció despierta largo rato antes de poder cerrar los ojos. Pero estaba tan cansada del largo viaje, que finalmente se quedó dormida.
Al despertar, se encontró en una casa, acostada en una lujosa cama y a su alrededor había platos llenos de ricos y deliciosos manjares. Como tenía hambre, empezó a comer y cuando acabó con todos los platos, unas manos invisibles se la llevaron.
Más tarde, cuando sintió hambre de nuevo, las mismas manos invisibles le trajeron más comida. Y así vivió muchos días, con todo lo que necesitaba a su alrededor, pero nunca veía a nadie: sólo oía, a veces, la misteriosa voz.
Pasó el tiempo y Motsesa tuvo un niño.
Algunos días más tarde, la misteriosa voz le dio permiso para visitar a sus padres, pero solamente para una visita. Cuando regresó a la montaña, Motsesa se llevó a su hermana pequeña, Senkepen, para no estar tan sola en aquel lugar.
Un día le pidió a Senkepen que se quedara con el bebé mientras iba a buscar agua. Pero mientras estaba fuera, el bebé comenzó a gritar y Senkepen le cantó una canción para calmarle.
De repente, la muchacha vio aparecer un hombre hermoso y elegante delante de ella; sus ropas eran tan brillantes que tuvo que cerrar los ojos.
– Soy Bulane, el padre del bebé – dijo el hombre – deja de cantar canciones tan absurdas y dame a mi hijo. Yo me quedaré con él.
Bulane tomó al niño y la muchacha, muy asustada, se alejó corriendo.
Cuando Motsesa regresó comenzó a barrer el suelo ignorando que su hermana se había ido. Entonces vio a Bulane, una figura muy alta y brillante, con su hijo en hombros.
Aunque estaba muy asustada, alcanzó a preguntarle:
– ¿Quién es usted y qué está haciendo con mi hijo?
– Soy su padre, contestó una voz familiar; por eso llevo a mi bebé en mis hombros. Soy tu marido, Motsesa. Soy Bulane, el que abre nuevos caminos. Un día pondré a mi hijo una armadura, será un guerrero valiente que defenderá su pueblo y será rey. Mostraré nuevos caminos a la gente.
Los criados de tu padre encontraron agua porque yo les dije dónde ir a buscarla. Ahora te enseñaré mi pueblo. ¡Quiero que sepas, Motsesa, que estás casada con un rey!
Motsesa estaba asustada y miró a su alrededor: de pronto vio que había casas para todo el mundo, que había mucha gente, ovejas, bueyes y cabras trayendo cestas con comida, leche y yogurt de la montaña.
Cuando la veían la trataban con respeto, la saludaban y la llamaban "nuestra reina, madre del príncipe".
Entonces, continúa la historia, se levantó un fuerte viento y se desató una violenta tormenta. Y la lluvia cayó hasta que el agua cubrió toda la tierra.
El joven que mató la nutria sobrevivió y corrió para salvar su vida y, cómo cuenta la historia, corrió hasta la cima de una montaña. Permaneció allí esperando a que la inundación se retirara. La inundación siempre se retira rápidamente ¿no?
Entonces la inundación se retiró y el joven bajó de la montaña cuando consideró que podía hacerlo. Al ver a su hermano, a su padre y a su madre ahogados y colgando de un árbol, bajó de la montaña, tal y como cuenta la historia.
Entonces vio que todos se habían ahogado; y también vio animales, ballenas y delfines esparcidos por el bosque al retirarse la inundación. Entonces, el joven huyó con una muchacha y juntos comenzaron a construir un barco.
No tenían nada para construir el barco; entonces decidieron cubrirlo con hierba y permanecieron allí hasta que despuntó el día, esto es lo que cuenta la historia.
Cuando llegó el frío, el joven tuvo una visión: soñó con un coipo, dijo que lo había visto. También dijo que había soñado con comida y que en su sueño comía, fue una especie de visión del futuro.
Y mientras comía en su sueño, se despertó y se dijo:
– ¿Por qué soñé con ese coipo? Maté al coipo y lo comí mientras dormía; pero ¿cómo si no tengo fuego?
Entonces se durmió de nuevo, durmió y se despertó: entonces también despertó a su mujer, tal y como cuenta la historia. Y le dijo a su esposa:
– Mira, consigue un palo grande, soñé que venía un coipo, por eso te envío para que lo mates con el palo y lo comamos.
Entonces se durmió otra vez, y todo lo que soñaba, sucedía y la tierra se llenó de nuevo de animales y cosas, esto es lo que cuenta la historia.